MIS PRIMEROS PANTALONES
Eran de color azul mahón, de algodón, forrados y con pinzas. No recuerdo la edad exacta que tenía, pero no creo que pasase de los 8 años, y esta foto es del día que los estrené.
Es curioso, porque aunque soy un desastre recordando nombres,
fechas y otros detalles relevantes; siempre recuerdo la ropa que llevaba en una
u otra ocasión.
Cuando me imagino a
alguien querido , lo veo vestido con una
determinada prenda que en mi inconsciente lo representa. Con que nos vestimos a
fin de cuentas dice bastante de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que
queremos ser.
De niña recuerdo
pasarme las tardes delante del armario vestidor de una de mis
tias, disfrazándome con sus vestidos, sus
estolas, sus collares y sus
zapatos. Aquel armario era una especie de tesoro que me transportaba al día en
el que yo fuese mayor ,y de aquella
guisa , me pasase las tardes tomando café
en una de esas elegantes terrazas del parque al que me llevaba mi abuela.
Audrey Hepburn dijo en una ocasión que mientras algunas personas sueñan con piscinas,
ella soñaba con armarios. Algo parecido me pasa a mi.
Mi familia es
una especie de matriarcado, encabezado por esas mujeres de antes con escasa educación reglada, pero que igual
que trabajaban la tierra, criaban hijos y sacaban adelante negocios ; hacían
primorosas labores de costura. Todas ellas son extremadamente coquetas y pueden pasarse
horas hablando de los detalles de ciertos zapatos o del corte de ese abrigo que
fue pasando de madres a hijas.
Mi infancia ha transcurrido entre los bordados de mi madre, las máquinas de coser de mis tias y los burdas de mis primas. Soy capaz de distinguir entre un crepé y una
alpaca, y lo primero que miro de una prenda es la composición. Me fascinan las mercerías , sobre
todo si son antiguas; y nada me relaja más que pasarme horas revolviendo entre
botones, lazos y pasamanerías.
Pero volvamos a esos pantalones, algo tan aparentemente poco significativo, pero que tanto esconden.
Al ser la primera hija de mi madre, y venir al mundo de forma tardía e inesperada, mi madre siempre se sintió un poco descolocada sobre la educación que debería darme; y por extensión sobre como debería vestirme. Aunque en un primer momento parece que quiso hacer de mi una niña modosita y comedida , estaba claro que yo ya apuntaba maneras de chicazo. Mis rodillas y mis codos a modo de mapa mundi en relieve así lo demostraban. Al final como todas las madres del mundo, lo hizo lo mejor que supo, y el resultado final no ha sido del todo malo.
Resumiendo hasta ese momento mi madre solo me había vestido con faldas y vestidos. Por ello recuerdo perfectamente la emoción que sentí el día que apareció con aquellos pantalones.Y esa foto , en la que poso con una actitud un poco chulesca, la recoge .Parecezco estar diciendo : Aquí estoy yo y nada me va a parar.
Recuerdo que con esa edad mi madre tampoco me había querido comprar nunca una bici, por miedo a que me hiciese daño. En cambio yo tenía un carricoche aurre, a imitación de los de verdad; con su saco de puntillas y su muñeco recién nacido de carne, vestido con ropita echa a medida , que era la envidia de todas las niñas del vecindario.
Aunque mi madre no lo quisiese ver ,estaba claro que para la niña nerviosa e inquieta que era yo , pasear aquel carricoche no era suficiente. Sin embargo yo tenía mis recursos ,y una especie de acuerdo tácito con una vecina por el cual yo le prestaba mi cochecito,y ella a mi su bici. Ni que decir cabe que de esta transacción mi madre no tenía conocimiento alguno.
También recuerdo un día en el que atravesé la carretera
nacional a toda velocidad, al ser
incapaz de frenar bajando una empinada cuesta. Aquel día sentí miedo no
cabe duda, pero también conocí lo que es la adrenalina. Esa sensación me
enganchó hasta el día de hoy ,y hace
que me apasione cualquier deporte que me ponga al límite.
Por todo esto recuerdo
con tanto cariño esos pantalones, por lo que supusieron en mi vida: esa
sensación de libertad, ese placer por sentirse uno más entre los chicos, y en general ese ansía por hacerse
mayor.
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