Mi madre se llama María Luisa, pero por esas cosas
incompresibles de pueblo, después de
bautizarla alguien dijo que ese era un nombre desafortunado y todo el mundo la
llama María Flor. Todos menos yo , que como soy
un poco puñetera la llamo por su
nombre real.
Mi madre es muchas cosas, pero sobre todo es una mujer fuerte,
la más fuerte que conozco . Una mujer “de las de antes”. Incansable, luchadora, paciente, radical, testaruda, y con una capacidad de sacrificio y de compasión que yo nunca tendré. Es de esas mujeres que siempre tiran
hacia delante. El pilar en el que nos apoyamos todos , mi centro, y probablemente,
la persona que más quiero en este mundo.
Nació en el 36, nunca conoció a su padre porque ese mismo año lo mataron en la Guerra Civil . Mi abuela fue una viuda de guerra de 29 años , con cuatro hijas por criar, que acabaría casándose con el hermano de mi abuelo. Su infancia no fue idílica. Muchas veces escuché la frase : “Tu no sabes lo que es pasar hambre”. Tiene razón, no puedo llegar ni a imaginármelo. Pero cuando la observo como de forma distraída y algo inconsciente, se lleva una cucharilla de azúcar a la boca mientras cocina; puedo hacerme una idea de como algo así puede marcar una vida .
En general no le gusta hablar del pasado, pero alguna vez
consigo que veamos juntas fotos antiguas
en blanco y negro. Y allí esta ella con 20 años, con uno de esos elegantes moños que se llevaban antes , y un primoroso vestido hecho a medida .
Mi madre ha tenido como poco una vida azarosa. Aún hace la
comida todos los días en una cocina de carbón y amasa
pan cada dos. Lo mismo mata una gallina que teje y borda delicadas labores. Se separó de mi padre en una época en la que separarse
era algo excepcional, crió a 2 hijos y un nieto, levantó un pequeño emporio y
el único vicio que se permite es el de la ropa.
Con 42 años me tuvo a mí. Poco amiga de formalismos y
acostumbrada a decir lo que piensa , una vez me contó que yo fui “un disgusto”, pero después
“ ya te quise mucho”. No puedo más que creerla.
Por la época en la que le tocó vivir , jamás se planteó si realmente quería tener hijos, no había
lugar para la elección, se daba por hecho.
De lo que si estoy segura , es que en el
momento en el que los tuvo, su vida pasamos a ser nosotros. Sí, definitivamente la foto de mi madre podría estar en el diccionario junto a
la definición de “madre coraje”.
Cuando era pequeña me apuntó a ballet y a piano , dice que yo
quería ser artista. Yo no recuerdo tal cosa , más bien supongo que como toda
madre proyectaba sus frustraciones sobre mí . Sea como sea , cuando descubrió
que yo más que una niña prodigio era una niña del montón, sufriría su primera
decepción. No sería la última, porque una madre siempre quiere lo mejor para su
hija, pero casi siempre se sentirá insatisfecha. Esa suele ser
la tónica en la relación : bastante
incomprensión y mucho mucho amor
incondicional.
Mi madre nunca ha sido la típica ama de casa que se pasaba el
día en casa esperando la llegada de un
marido perfecto, dándonos besos o diciéndonos lo guapo que eramos. Estaba muy
ocupada sacándonos adelante. Ahora que ya es mayor sigue conservando la misma energía
sobrehumana. Siempre que la pillo desprevenida entre tarea y tarea la como a besos , algo a lo que
nunca se acostumbrará.
El miedo de toda hija es reconocerse en su madre. En mi caso
mucho me temo que aunque físicamente no seamos dos gotas de agua, las dos
tenemos el mismo carácter nervioso , temperamental y sentimental. Discutimos bastante,
la mayoría de las veces por esas “cosas de modernas” que ella ni acepta
ni entiende. Pero también nos reimos mucho juntas, normalmente la una de la
otra. Todo esto a a pesar de que no nos
separa una generación, nos separan dos.
Ella es una de esas mujeres que nunca están deprimidas, no porque no tenga
motivos, sino más bien porque no tiene tiempo. Mi madre es en definitiva “una
mujer de esas que ya no quedan”.
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